Autor: Gilbert Keith
Chesterton. La frase de hoy puede resultar un poco áspera, sin duda,
pero que nadie la interprete como una especie de acusación velada hacía
aquellos que no consiguen, por más que se empeñen, encontrar un atractivo a su
tarea diaria.
En la vida, siendo
sinceros, tenemos que enfrentarnos a menudo con situaciones que no nos gustan
especialmente; por no decir que incluso nos pueden resultar
odiosas. Ocupaciones laborales tendentes a cubrir una necesidad económica y que
si nos dieran a elegir descartaríamos hacer.
Es algo habitual estar abocados a
hacer un trabajo que no nos complace a cambio de un sueldo para vivir. Nada que
objetar, porque todo el mundo lo hizo, lo hace o lo hará. El problema reside en
que la dedicación a esa tarea tenga carácter eterno y, por tanto, cada día se
convierta en una especie de tortura insoportable en la que durante ocho horas
sufrimos la condena que nos ha correspondido (no sé en qué juzgado). Y que
así, se nos vayan pasando los días y la vida
mirando permanentemente el reloj en busca de la hora de la liberación.
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